Kharkiv: mil edificios destruidos, entrevistas clandestinas, bombardeos sin pausa y el fantasma de la locura colectiva

 

Es la segunda ciudad en tama帽o y habitantes de Ucrania, y tambi茅n la que m谩s ruso habla y la que m谩s v铆nculos con Rusia tiene

La gente en Kharkiv est谩 perdiendo la cabeza. Aunque est谩 prohibido, muchos de los que se quedaron en sus casas se refugian en el alcohol antes que en los s贸tanos. Cada tanto se ven borrachos caminar sin rumbo, grit谩ndole a la nada frases en ruso.

El centro de la ciudad es un lugar vac铆o que fue intensamente bombardeado al principio de la invasi贸n. Hoy es el territorio de un trauma. La avenida Sumskaya hace poco m谩s de un mes era una zona de bares y de compras. Los jarkovitas iban ah铆 para ser felices y tomar vodka porque s铆, no por el encierro. Hoy solo se ven fachadas destrozadas, ventanas con los vidrios partidos que parecen resistir con cuchillos clavados en los marcos como advertencia o recordatorio de lo que pas贸 ah铆. En algunas calles los restos de vidrios fueron barridos y acumulados en montoncitos al lado de la vereda, un gesto civilizado que parece po茅tico, barrer para cuando caigan las bombas.

La plaza Svobody (plaza de la libertad) tiene algunos caminantes todav铆a. Todos escuchan el concierto de las bombas a lo lejos, cayendo sobre el este, el norte y el sur de la ciudad. En el centro del parque, varios operarios trabajan cubriendo la est谩tua de Taras Shevchenko, el gran poeta de Ucrania, que por estos d铆as volvi贸 a ganar relevancia para el pueblo. “¡脡l nos advirti贸 del car谩cter de los rusos! Dec铆a que era gente en la que no se pod铆a confiar”, dice Illya, un joven de 28 a帽os que se qued贸 en la ciudad para hacer trabajo voluntario en un centro m茅dico. Despu茅s, recita: “Enti茅rrame, acaba conmigo, lev谩ntate y rompe tu cadena, riega tu nueva libertad con sangre por lluvia. Entonces, en la poderosa familia de todos los hombres que son libres, puede ser que a veces, muy suavemente ¿hablar谩s de m铆?”.

Taras Shevchenko naci贸 en M贸ryntsi, Ucrania, y muri贸 en San Petersburgo, Rusia, donde tambi茅n estuvo preso a causa de sus ideas. Fue enviado a la guerra como soldado y se le prohibi贸 escribir. Lo hizo, de todas formas. Escrib铆a en ruso con frases ucranianas, una resistencia secreta, una forma de seguir en su tierra. Hoy su estatua est谩 siendo protegida con bolsas de arena, es un trabajo de varias jornadas y se ve el progreso d铆a tras d铆as. Enfrente de la plaza est谩 la universidad de arquitectura, otro de los orgullos de Kharkiv, una ciudad repleta de edificios hist贸ricos, muchos de los cuales ya fueron destruidos.

Imagen de la devastaci贸n causada por el bombardeo ruso en Kharkiv (Joaqu铆n S谩nchez Mari帽o)
Imagen de la devastaci贸n causada por el bombardeo ruso en Kharkiv (Joaqu铆n S谩nchez Mari帽o)

Seg煤n un an谩lisis de la Escuela de Econom铆a de Kiev, los da帽os a la infraestructura de Ucrania durante la guerra ya alcanz贸 los 63.000 mil millones de d贸lares. En todo el pa铆s ya se destruyeron 4431 edificios residenciales, 92 f谩bricas o empresas, 378 instituciones educativas, 138 instituciones de salud, 8 aeropuertos civiles y 10 aer贸dromos militares. De esos n煤meros, m谩s de 1100 edificios pertenecen a Kharkiv, que carga con aproximadamente el 25% de los da帽os de toda Ucrania.

Los n煤meros se ven en las calles. A dos cuadras de la estatua de Shevchenko est谩 el edificio de inteligencia de Kharkiv, atacado, sin ventanas ya, con parte del techo derrumbado. Pocas cuadras m谩s all谩 est谩 la oficina de la alcald铆a, tambi茅n bombardeada. Frente a ella hay un monumento extra帽铆simo: un misil que cay贸 pero no explot贸 en la ciudad de Donetsk. Lo pusieron ah铆 en el 2014, luego de que estallara la guerra en el Donb谩s. Era un recordatorio de todo lo malo que puede traer la guerra, y de que siempre est谩 cerca para ellos. “Pero nadie cre铆a que pod铆a pasar esto ac谩, en Kharkiv. Nos re铆amos de este monumento, nos parec铆a tonto. Y ya ves, ten铆an raz贸n”, dice Alina, una mujer que se alist贸 en el ej茅rcito y hoy recorre la ciudad haciendo distintas tareas. Le pido hacer una entrevista, pero est谩 nerviosa: el ej茅rcito acaba de derribar un helic贸ptero ruso al este de la ciudad y cay贸 muy cerca de su casa, donde est谩 su marido y su hijo. Pide perd贸n y se va r谩pido.

Sigo caminando. Veo un restaurante enorme de comida japonesa. Est谩 en una esquina y ya no tiene puerta. Por dentro est谩 vac铆o, luego de que cayeran los bombardeos se llevaron todo y uno puede entrar y caminar por ah铆 dentro como por tantos otros lugares que fueron temporalmente abandonados. Sigo a pie y entro a un edificio residencial. Un hombre vestido con ropa fucsia como de esqu铆 baja una escalera con un microondas en los brazos. Lo lleva a un auto, vuelve a subir, vuelve a bajar, esta vez con un est茅reo. Se est谩 llevando lo que qued贸 entero en su casa. Es un complejo antiguo al que se entra por una galer铆a que da a un patio central desde el cual se accede a los distintos edificios.

Subo tres pisos por la misma escalera que el hombre. Paso un pasillo a oscuras y llego a la casa de otro hombre. Es pelado, ancho, est谩 vestido de rojo con ropa deportiva. Se llama Iv谩n y tiene una toalla en los hombros, parece el personaje de Ben Stiller en Los Exc茅ntricos TenembaumMe dice que as铆 qued贸 su casa, y se帽ala para arriba. Hay vidrio clavado como una daga en la pared. Si eso fuera un cuerpo, hoy no tendr铆a vida. Es una suerte que las paredes sean solo eso. El hombre entra a la habitaci贸n y lo sigo. Busca una bufanda y me la muestra, es amarilla y azul y tiene escrito “Metalist”, el club de f煤tbol de Kharkiv. En el cuarto tiene un caminador al lado de la cama, en la que hoy hay ropa desordenada y un t茅nder ca铆do.

En el sill贸n del living veo una canasta de frutas que se pudrieron. Parece un cuadro de naturaleza muerta, naturaleza muerta es lo que es, y muestra el paso del tiempo: su casa fue bombardeada a principios de la invasi贸n, hace ya un mes, y en el apuro por irse dej贸 las frutas ah铆, que quedaron pudri茅ndose, como el alma de todo lo abandonado por la guerra.

Pobladores protegen la estatua del poeta Taras Shevchenko (Joaqu铆n S谩nchez Mari帽o)
Pobladores protegen la estatua del poeta Taras Shevchenko (Joaqu铆n S谩nchez Mari帽o)
(Joaqu铆n S谩nchez Mari帽o)
(Joaqu铆n S谩nchez Mari帽o)

“Media hora antes de que atacaran llam茅 a mi madre y le dije que deb铆amos ir al refugio. Ella no quer铆a, dec铆a que se iba a quedar en su casa. Yo insist铆, porque las sirenas no paraban de sonar. Finalmente, fui a su departamento y la saqu茅 de ah铆 a la fuerza. Quince minutos despu茅s cayeron las bombas”, dice, y se帽ala a trav茅s de la ventana la casa de su madre, que vive en el mismo complejo que 茅l pero al otro lado. Lo que se帽ala es la parte m谩s destruida del lugar, los departamentos colapsaron y nada ah铆 dentro qued贸 entero. Podr铆a estar triste por lo que perdi贸 pero est谩 feliz porque sabe lo que salv贸.

El centro fue el primer objetivo de Putin, no se sabe bien por qu茅. Kharkiv no solo es la segunda ciudad en tama帽o y habitantes de Ucrania, es tambi茅n la que m谩s ruso habla, la que m谩s v铆nculos con Rusia tiene, la que m谩s podr铆a haber sido -si acaso- amistosa con la invasi贸n. Esa posibilidad ya no existe. Casi en todas las cuadras de la zona hist贸rica hay al menos un edificio da帽ado, en muchos sigue viviendo gente. Los carteles de publicidad explotaron y se rompieron casi todos, pero el vidrio sobre el suelo ya no impresiona, es la cara m谩s inofensiva de los ataques, si ves vidrios es que el edificio no cay贸. Por eso hoy nadie usa las veredas, todos caminan por la calle porque con el viento podr铆a hacer caer pedazos de cristal que quedaron colgando.

“Hay mucha gente que se est谩 volviendo loca”, dice Yulia. “Este estado permanente nos est谩 afectando mucho, y los que no tienen nada que hacer est谩n encerrados con miedo o bebiendo”, dice. “Y muchos otros quedan en distritos donde ya no hay comida”, dice. Yulia es psic贸loga y la conozco en un restaurante cerrado en el centro de Kharkiv donde hoy trabajan 20 voluntarios que cocinan cerca de 3.000 comidas diarias para repartir entre los militares y los que est谩n en los refugios.

El coordinador del lugar se llama Alexey y tiene 37 a帽os. Dice que puede dar una entrevista pero no puedo mostrar el lugar, que en los 煤ltimos d铆as Rusia atac贸 centros de voluntarios y est谩n en peligro. El dato es cierto: primero fue una oficina de correos donde se entregaba comida, un misil cay贸 y mat贸 a seis personas. Luego fue atacada una cl铆nica. Los misiles pueden caer en cualquier lugar, ya nada es considerado zona intocable.

Miles de vivendas fueron destruidas por los misiles rusos (Joaqu铆n S谩nchez Mari帽o)
Miles de vivendas fueron destruidas por los misiles rusos (Joaqu铆n S谩nchez Mari帽o)

“Nosotros queremos ayudar, no queremos ser famosos. No nos interesa que el mundo sepa de nosotros, solo queremos ayudar a nuestra ciudad. Todos los d铆as vemos nuevas familias que no tienen nada para comer, o que perdieron sus casas porque los ataques son en todos lados”, dice. Mientras, desde la cocina empieza a colarse la m煤sica que est谩n escuchando. Es el himno de los partisanos: “O partigiano/ portami via/ bella ciao, bella ciao, bella ciao ciao ciao”. Es tan distinto escucharla ahora, lejos del contexto de La casa de papel, donde muchos de nosotros conocimos la canci贸n. Era una moda y ahora la cantan en una cocina de resistencia en una ciudad bajo el ataque permanente de una superpotencia militar. Vine a Ucrania a contar la realidad pero me siento permanentemente en una ficci贸n.

Todo el d铆a escuchamos esta canci贸n y otras porque necesitamos mantenernos valientes. Cada ma帽ana les digo a los voluntarios que son el mejor equipo posible. Necesitamos mantener alto el esp铆ritu”, dice Alexey.

Se va y nos quedamos con Yulia esperando un auto que nos va a llevar a recorrer el barrio m谩s destruido de la ciudad, la regi贸n norte de Saltvka, al noreste de Kharkiv. Los bombardeos ah铆 empezaron la segunda semana de conflicto y siguieron hasta ayer. Es una regi贸n donde hay edificios residenciales, escuelas, gimnasios. No hay instalaciones militares, pero fue el distrito elegido por los rusos para intentar entrar en la ciudad. Como en Kiev, la estrategia pareci贸 ser bombardear 谩reas civiles para espantar a la poblaci贸n y que liberen la zona. As铆, comenzaron a estallar misiles contra los edificios gigantes caracter铆sticos del lugar. Es un barrio popular poblado por trabajadores, y aunque muchas de las familias no tienen donde ir, igual abandonaron la zona rumbo al metro producto del asedio.

Llegar no es f谩cil. Nos acercamos en el auto de un voluntario que nos lleva hasta ah铆. En Kharkiv, a diferencia de Kiev, no hay demasiados controles dentro del centro, la mayor parte de las milicias est谩n hoy siendo empleadas en el frente. Llegamos hasta un puesto de polic铆a donde nos detienen. Mientras esperamos, escucho el ladrido de un perro. Me dan permiso para bajar y caminar por la zona mientras deciden si nos dejan pasar o no. El perro qued贸 solo en una casa pintada de negro por el fuego. Detr谩s se ve un enorme edificio anch铆simo y gris. En el medio tiene un enorme hueco, un pedazo derrumbado por el impacto directo de un cohete. Lo que parece ser un jard铆n es hoy tierra arrasada con el olor de lo quemado. “Go, go”, dice el polic铆a que me custodia, pero yo voy voy y el perro empieza a ladrar cada vez m谩s fuerte y me enfrenta, asustado. No tiene cadena ni due帽o ni destino, pero parece nervioso y decido dejarlo solo. “Todos se est谩n volviendo locos, muchos se ponen violentos”, dice Yulia, que es psic贸loga y durante varias veces en el d铆a vuelve a decir que la gente -y los perros- est谩n perdiendo la cabeza.

La polic铆a nos explica que tenemos que esperar a que pase el peligro, que todav铆a no podemos entrar. Saltvka es hoy el barrio de contenci贸n del avance ruso, detr谩s de ah铆 hay una de las l铆neas de fuego sobre la cual avanz贸 Ucrania en los 煤ltimos d铆as, recuperando terreno perdido.

Yulia, la ucraniana que gu铆a a los periodista (Joaqu铆n S谩nchez Mari帽o)
Yulia, la ucraniana que gu铆a a los periodista (Joaqu铆n S谩nchez Mari帽o)

Pasan cuarenta minutos y llega el permiso. Debemos entrar custodiados con la polic铆a. Juan Carlos, fot贸grafo salvadore帽o con el que nos movemos en t谩ndem, le pide al conductor que maneje lo m谩s alejado posible del patrullero. No me lo dice, pero s茅 que lo pide porque un auto de cualquier fuerza de seguridad es blanco seguro para los drones, aviones o helic贸pteros rusos que operan por la zona. Juan Carlos est谩 tranquilo, tiene experiencia y nada parece ponerlo nervioso, pero es meticuloso con algunos protocolos. “Te recomiendo que ya aqu铆 uses el casco dentro del auto”, me dice finalmente, y nos protegemos.

Por las pr贸ximas dos horas vamos a escuchar un concierto permanente de explosiones. “El 80% son misiles que lanzamos nosotros”, me dice uno de los oficiales. Se supone que eso debe dejarme tranquilo pero si la defensa antia茅rea lanza un misil es porque est谩 buscando interceptar algo en el aire. Si lo logra, algo va a caer, le digo. Me dice que s铆 y sonr铆e. Es una risa desencajada, carente de todo miedo. No es bueno moverse con hombres sin miedo.

El primer lugar del recorrido es un edificio bombardeado un d铆a antes. Es blanco salvo en los dos puntos en los que recibi贸 impactos. En uno de ellos hay un agujero en donde antes hab铆a un balc贸n. En el otro hay el mismo agujero y una p谩tina de color negro que cubre todo el frente de todos los pisos. Voy entendiendo c贸mo funciona: donde hay negro algo explot贸 y provoc贸 un incendio, donde no, fue solo la destrucci贸n masiva del impacto, pero sin fuego.

Un vecino del edificio de negro aparece junto a nosotros y nos invita a pasar a su departamento. Se llama Alexander, tiene 57 a帽os y viste uniforme militar. Est谩 retirado, pero desde que comenz贸 la guerra lo usa siempre. Su departamento est谩 en el quinto piso. Subimos por las escaleras a oscuras, la electricidad se cort贸 y las ventanas est谩n tapiadas. La polic铆a alumbra el paso con linternas. Alexander abre la puerta y sale un vaho con olor a humo. En el pasillo hasta la sala no se ve nada, reci茅n en el living entra la luz del d铆a, que ilumina el desastre. “Mir谩, mir谩”, dice Alexander, y me muestra en el celular im谩genes de su casa, del mismo ambiente que estoy viendo pero unos meses atr谩s. Son fotos de navidad en las que est谩 su nieta sentada frente al arbolito. Mueve el dedo sobre el celular y pasa las im谩genes, despu茅s levanta la vista y se帽ala: “ac谩”, dice, “esto que ves estaba ac谩”. Hoy “ac谩” no hay nada, el piso levantado y partido en dos, el ba帽o hecho brasas, un balc贸n destruido, agujeros sin marco en cada pared.

Un hombre muestra el da帽o de los bombardeos en su hogar (Joaqu铆n S谩nchez Mari帽o)
Un hombre muestra el da帽o de los bombardeos en su hogar (Joaqu铆n S谩nchez Mari帽o)

Alexander sigue viviendo en el mismo piso pero del otro lado, en la casa de una vecina que se fue. 脡l es uno de los pocos que qued贸, y piensa que est谩 a salvo porque qu茅 chances hay de que golpeen dos veces su mismo piso. Tiene la llave de todos los departamentos y los cuida de los ladrones, aunque no hay nada ac谩 para robar, y es poco el alimento que tienen todos los vecinos que resisten en el barrio.

“Vengan, vengan”, dice ahora, reduciendo la comunicaci贸n siempre a lo b谩sico, lo 煤nico que se necesita hoy es mirar. Salimos de su apartamento, llegamos al hall de la escalera, y entramos al departamento de su vecina, que tiene vista al otro lado de la ciudad. El contraste es inveros铆mil: parece que nada pas贸 ah铆, est谩 limpio, ordenado, la cocina en perfectas condiciones. Solo una imagen delata la situaci贸n. En el comedor de diario, junto a una mesa, Alexander puso un cart贸n y una manta sobre la que duerme. No quiso utilizar la cama de su vecina por respeto, entonces duerme en el piso. Eso tambi茅n, pienso, es haber perdido la cabeza, pero tal vez sea lo contrario.

Las bombas siguen sonando y algunas se escuchan caer muy fuerte, pero los polic铆as se r铆en cada vez que pregunto si es seguro, se miran entre ellos y dicen que est谩n sacando a los rusos. Subimos a los autos y seguimos la recorrida: una escuela, un jard铆n de infantes, un gimnasio, muchos edificios de viviendas. Caminamos permanentemente entre vidrios, y cada vez que levanto la mirada veo un nuevo cr谩ter en alguna pared, tajos enormes cortando el cielo, como si un gigante hambriento hubiera tomado un pedazo de edificio pensando que era una torta o un pan.

Cuando nos vamos siento que se apagan los bombardeos. A veces hay algunas horas de tregua y uno piensa que ya todo termin贸, pero al rato —horas despu茅s a veces— vuelve a sorprenderte un estruendo y agach谩s la cabeza. Antes de volver al departamento camino por la Plaza de la Libertad de Kharkiv. Una mujer mayor tiene un barbijo puesto y mira al piso, a un monumento que hay con una escultura del planeta. Entonces s铆, llegan otra vez los bombardeos y me quiero ir de ah铆, aunque no hay l贸gica posible en que ataquen una plaza vac铆a con esta mujer y yo.

Vuelvo a mi hospedaje. A las seis de la tarde comienza el toque de queda. Mi vecino aparece frente a mi puerta y me pide que apaguemos todas las luces, que cuando llega la noche hay que esperar en la oscuridad para no convertirse en un blanco. “Ellos operan con sat茅lites y si ven luces saben que hay gente y podr铆an atacar”, me dice, y pienso que la paranoia comienza a ce帽irse sobre nosotros. La gente en Kharkiv est谩 perdiendo la cabeza. Escribo a oscuras a las siete de la tarde.


Joaqu铆n S谩nchez Mari帽o

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